Uno de cada 68 niños en el mundo sufre un trastorno del espectro autista (TEA). Los casos han aumentado un 700% en las últimas dos décadas: hasta hace siete años se calculaba que afectaba a uno de cada 150 niños, mientras que en la década del 70 era de uno por cada 5.000. Una de las cuestiones que ha favorecido este incremento, tiene que ver con varios aspectos:
- Existe un mayor conocimiento por parte de los equipos interdisciplinarios
- Ya no se esconde a los niños que padecen este trastorno
- La detección es temprana y por lo tanto se hacen muchos más diagnósticos
- La existencia de campañas de conscientización
Los trastornos del espectro autista son cuatro veces más frecuentes en varones que en mujeres. Están considerados trastornos del neurodesarrollo y si bien existen numerosos estudios acerca de esta problemática, lo cierto es que sus causas aún son desconocidas. Lo que puede afirmarse es que están relacionadas con factores biológicos y no a una alteración del vínculo entre la madre y el hijo, como se postulaba años atrás. Las personas con TEA presentan cuadros clínicos sumamente heterogéneos en sus grados de dificultad y áreas afectadas: el lenguaje (sin habla, palabras sueltas, frases, fluencia verbal), el nivel cognitivo (discapacidad intelectual, inteligencia promedio, inteligencia superior), el perfil sensorial, (los grados de compromiso, de mayor a menor). Por esto mismo, desde 2013 se habla de «espectro autista» lo que incluye a los antes definidos «trastorno generalizado del desarrollo», «síndrome de Asperger», «autismo», «autismo atípico», y «síndrome desintegrativo infantil.
En la Argentina, existen más de 400 mil personas con condición de TEA. Más del 50% de las familias denuncia problemas para recibir el diagnostico adecuado, se sienten discriminadas y encuentran dificultades económicas para afrontar los tratamientos y acompañantes necesarios para la educación de los niños.
Las escuelas han empezado a abrir sus puertas a la inclusión, pero todo es muy incipiente y las familias sufren muchos rechazos hasta encontrar un lugar donde escolarizar a sus hijos. Nuestro sistema educativo está muy poco preparado para esta inclusión y, ante el desconocimiento, niegan la vacante y expulsan a los niños, con argumentos poco académicos. El sistema educativo argentino no está preparado para recibir el caudal de alumnos con condiciones del espectro autista que hoy demandan una matrícula. A nivel formal, los docentes no reciben capacitación necesaria para afrontar esta problemática. Muchas veces son ellas mismas quienes perciben necesidades distintas en sus alumnos y buscan información por su propia cuenta para ayudarlos. El acompañamiento terapéutico es imprescindible en la escolarización y la mayoría de las familias deben recurrir a recursos de amparos para que las obras sociales y las prepagas le cubrieran la totalidad de los costos. Es complicado que las obras sociales acepten cumplir los tratamientos, ya que son muy costosos y en la mayoría de los casos se niegan de entrada.
Un mito sobre el autismo afirma que un niño con este trastorno «se encierra en su propio mundo», que no intenta contactarse con el exterior, y esto no es cierto. La intención de relacionarse está presente, por eso es importante que un niño con autismo concurra a la escuela común, se rodee de pares «con desarrollo típico». La inclusión escolar funciona si sus tres sostenes trabajan en común: familia, escuela y profesionales médicos. Debe haber un criterio en común al tratar a un niño con TEA y, principalmente, creer en su recuperación. La discriminación es cosa de los grandes. Los niños no tienen esa visión que sí tienen muchos adultos, no duda en incluirlo en juegos. La inclusión, en el día a día, depende de la docente del niño. Aunque un colegio tenga una política inclusiva, si la maestra a cargo no trabaja en pos ello será difícil ver evolución alguna.
La Ley integral de Autismo (Ley 27.043), ha sido aprobada en diciembre de 2015 por el Congreso Nacional. Está en proceso de reglamentación, pero fuertes pugnas de intereses entre los mismos terapeutas que participan de este proceso, de escuelas terapéuticas que deberían complementarse, retrasan su puesta en marcha.